Por: El Mañana Reynosa
¿Qué quiere decir “judío” después del Holocausto? Es el nombre de un sufrimiento, hasta tal punto inhumano que, desprendido de sus víctimas concretas, adquirió en 1945 una dimensión universal que no puede ser ya reclamada por ningún pueblo o nación de la tierra, ni siquiera por los judíos, al menos en exclusiva.
Fueron dos judíos (Hersch Lauterpacht y Rafael Lemkin), los que, bajo la sombra siniestra de los lager, construyeron tras la segunda guerra mundial el Derecho Internacional vigente. Forjaron dos tipos penales nuevos (“crímenes contra la humanidad” y “genocidio”) no para generar un “derecho judío” ni para proteger específicamente a los judíos; y mucho menos para permitir a los judíos infligir a otros el sufrimiento por ellos recibido.
El Derecho Internacional no prohíbe, en efecto, la repetición del mal “contra los judíos” sino que prohíbe a todo el mundo, incluidos los judíos, la comisión de estos crímenes, y ello con independencia de la identidad de su víctima.
El sufrimiento judío, con su proyección universal, iluminó retrospectivamente el sufrimiento de los gitanos o el de los armenios y prospectivamente el de los tutsis o los bosnios; también ahora el de los palestinos, si el CPI confirma los indicios que parecen inculpar a los gobernantes de Israel.
La aceptación del Derecho Internacional entraña, pues, la idea de que los judíos no son las únicas víctimas posibles de un genocidio y la de que no toda violencia ejercida contra un judío es necesariamente genocidio; implica también que un judío puede ser imputado por delitos contra la humanidad y genocidio contra otros pueblos.
Aún más, como quiera que “judío” es una categoría universal, si un israelí comete genocidio en nombre de los judíos deja inmediatamente de ser un “judío” para convertirse en un “nazi”, otra categoría universal, en este caso negativa, surgida de la experiencia extrema del Holocausto.
“Judío” designa al que es perseguido y negado por su condición ontológica; “nazi” al que persigue, deshumaniza y destruye la condición ontológica del otro. Los israelíes que celebran hoy el exterminio de los palestinos son “nazis”; los niños palestinos asesinados por su condición de palestinos son “judíos”.
Nuestro deber es el de proteger a los “judíos”, cualquiera que sea su identidad y cualquiera que sea su agresor. Así lo decía la pancarta de una manifestación en Alemania en la que judíos y palestinos denunciaban el genocidio de Gaza: “nunca más es nunca más para ningún otro”. Valga decir: el Holocausto es un símbolo con el que se hizo un derecho para todos; el sionismo es el tribalismo victimista mediante el cual se convierte a los israelíes en victimarios.
¿Son antisemitas los palestinos? ¿Lo somos los que denunciamos los crímenes de Israel? ¿Lo es Antonio Guterres, secretario general de la ONU? ¿Lo es Karim Khan, el fiscal de la CPI? ¿Qué es el antisemitismo? Digamos la verdad: es históricamente un fenómeno europeo y cristiano asociado durante siglos a dos “soluciones finales”: el exterminio y la expulsión.
El exterminio, materializado en sangrientos pogromos recurrentes, estuvo a punto de triunfar entre 1933 y 1945. La expulsión tuvo más éxito: se llamó finalmente sionismo. Fundado en 1893 por el húngaro Theodor Herzl, supone el triunfo y la prolongación del antisemitismo europeo.
En el siglo de los nacionalismos, el sionismo cumplió el sueño antisemita de sacar a los judíos de Europa; a cambio, una vez fuera, Europa les permitió ser, por fin, europeos.
En respuesta al antisemitismo europeo nacieron, pues, dos proyectos íntimamente contradictorios: el Derecho Internacional, inspirado en el sufrimiento del judío universal, y el Estado de Israel, un proyecto colonial, supremacista y mesiánico, típicamente europeo, que arranca con el plan Dalet de 1948 y la limpieza étnica de Palestina; y que ha acabado persiguiendo, como enemigos, a sus propios judíos universales.
El hecho de que las derechas y ultraderechas europeas, históricamente antisemitas, apoyen hoy los crímenes de Israel, da bastantes pistas sobre esta fractura entre Israel y el judaísmo universal; y sobre el parentesco de dos visiones del mundo, violentas y racistas, que comparten un nuevo “enemigo interno”: el islam.
La islamofobia ha sustituido al antisemitismo en Europa mientras que Israel, proyecto colonial europeo, deriva hacia el takfirismo. Con la complicidad de sus antiguos perseguidores, Israel no solo extermina a los palestinos; persigue además a aquellos judíos que, críticos con su esencialismo fanático, abrazan el Derecho Internacional que los judíos, sufriendo y luchando y pensando, contribuyeron a crear.